Día 11, mayo y 2010.
Hoy me voy a la Tierra del Fuego. Son las 9 de la mañana en Lisboa, Portugal, y empiezo a colocar en mi maleta abrigos, bufandas y guantes. Estoy feliz. Hoy comienza mi viaje al fin del mundo, aunque si lo miro bien, el viaje comenzó hace cuarenta y ocho horas. El día 9, a las 18.30 de la tarde, hora de Puerto Rico, yo estaba en el aeropuerto de San Juan esperando un avión que me traería de regreso a Europa. Por razones que desconozco y que nadie se interesó en explicar, el avión salió con retraso, con lo cual tuve la suerte de perder mi conexión en Madrid, adonde llegué el día 10 a las 12 del mediodía, hora de España. Odio el aeropuerto de Madrid, porque es un caos, pero sobre todo, lo odio porque allí existen unos hombrecitos invisibles que se encargan de esconder los carritos para los bultos de mano y me obligan a arrastrarme con la mochila y la computadora a cuestas por aquellos pasillos interminables. Por fortuna, al poco rato de llegar, apareció en pantalla mi puerta de embarque. Había muchos vuelos cancelados por la nube de cenizas...
Publicado en el suplemento El Viajero de El País.
Su perfección y suntuosidad provocó la ira del monarca francés Luis XIV y el fin de la carrera de Nicolas Fouquet. Vaux-le-Vicomte, al sureste de París, es uno de los castillos más bellos de Francia.
En Francia existen castillos famosos por diversas razones. El de Versalles, por su belleza arquitectónica y majestuosidad, residencia de los reyes Luis XIV, Luis XV y Luis XVI. El de Chantilly, célebre por la fiesta de los Tres Días organizada en honor a Luis XIV, donde brilló y pasó a la historia François Vatel, el ilustre cocinero a quien se le adjudica la creación de la crema de Chantilly. O el Castillo de If, en Marsella, protagonista de clásicos literarios, donde estuvieron prisioneros algunos personajes de Alejandro Dumas como el Hombre de la Máscara de Hierro o el Conde de Montecristo.
Publicado en el suplemento El Viajero de El País.
Los Cayos de Florida, un ecosistema tropical de arrecifes coralinos.
Si seguimos hacia el sur la costa de la península de la Florida, en Estados Unidos, el recorrido termina en un archipiélago cuya figura curva sirve de barrera entre el golfo de México y el océano Atlántico. Este conjunto, formado por una serie de pequeñas islas y arrecifes coralinos, constituye un ecosistema tropical de particular belleza y es lo que se conoce como los Cayos de Florida (Florida Keys).
Publicado en el suplemento El Viajero de El País.
La curiosa catedral de la Sal, en una mina cercana a Bogotá. Zipaquirá produce el 70% de la sal que se consume en Colombia, pero su fama la debe a esta peculiar iglesia subterránea con luces de colores, enormes cúpulas y esculturas de cristal y mármol.
Existen muchas catedrales, las hay góticas y barrocas, pequeñas y majestuosas, pero todas tienen en común que el sol y la lluvia pueden alcanzar sus muros. Todas, excepto una: la catedral de la Sal de Zipaquirá, en Colombia, construida en una mina, en las profundidades de una montaña.
Publicado en el suplemento El Viajero de El País.
Una celebración trienal de la batalla de Lepanto en la villa de Spelonga. 150 hombres de la ciudad italiana de Spelonga participaron en la batalla naval de Lepanto, en 1571; tras la victoria de la alianza contra los turcos, cada tres años (y éste toca), el pueblo rememora aquella gesta.
Dicen que todos los caminos conducen a Roma, pero si los tomamos en sentido inverso, entonces todos los caminos nos alejan de Roma. Uno de los más antiguos es la Via Salaria, que parte de la capital italiana para morir en el mar Adriático, y en su recorrido atraviesa territorios no sólo geográficamente hermosos, sino ricos en cultura y en historia, como la provincia de Ascoli Piceno (en la región de Le Marche). Si queremos vivir la experiencia del pasado sin grandes esfuerzos de imaginación, es el verano la estación propicia porque es cuando se celebran las diferentes fiestas populares que hacen de cada localidad un sitio único.
Publicado en el suplemento El Viajero de El País.
Desde Oporto hasta Pinhão, en ruta por el valle del famoso vino portugués.
Hay nombres que llenan el paladar de sabores. Escucho Duero y siento el gusto de un buen tinto, oporto, y es como si el vino ya estuviera en mi boca. En efecto, la región que atraviesa el río Duero, desde su nacimiento en los Picos de Urbión, en España, hasta su desembocadura, en Oporto, está ligada a la producción de vino. En todo este trayecto resalta, por su particular belleza y por su antigüedad en el oficio, el valle del Duero, al norte de Portugal, donde el río se llama Douro y bastan pocos minutos para quedar seducido.